En las últimas décadas, el ser humano ha establecido una relación de amor-odio con el sol. Por razones obvias, médicos, investigadores y el sector de la cosmética han alertado sobre los peligros de exponerse al sol de forma prolongada y sin protección. Sin embargo, si lo tomamos de forma moderada, el sol puede aportarnos multitud de beneficios para la salud.

La piel, el sistema inmunológico, la presión sanguínea, la respiración y la calidad del sueño se benefician de la acción solar. Sin embargo, no son los únicos: nuestros dientes se fortalecen, de forma indirecta, cada vez que recibimos los rayos solares.

El sol es una fuente natural de vitamina D.  Ante la dificultad de obtener esta sustancia a través de los alimentos – la mayoría contienen proporciones muy bajas -, los rayos ultravioletas se convierten en los responsables de formarla y sintetizarla en nuestra piel. Exacto: la vitamina D es la única que produce el propio organismo.

Esta vitamina tiene una importante misión, que es la de absorber en el intestino el calcio y el fósforo que tanto necesitan nuestros dientes y nuestros huesos para conservar su dureza y consistencia.

Pero el sol trae consigo más beneficios para nuestra sonrisa. Bien es conocida la relación entre la exposición solar y el buen humor. Además de la vitamina D, el sol incrementa el nivel de serotonina que genera nuestro cerebro.

La serotonina es una hormona que funciona como un neurotransmisor. Algunos investigadores la consideran la sustancia química responsable de mantener en equilibrio nuestro estado de ánimo, por lo que su carencia podría conducir a una depresión.

¿Esto significa que nos podemos permitir el lujo de exponernos al sol durante horas? No, exactamente. Los especialistas aconsejan que 15 minutos al día sin protección bastarán para recargar los depósitos de vitamina D y serotonina, y así poder lucir una sonrisa radiante.

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